Mi infancia transcurrió en un pequeño poblado de Misiones, Argentina, atravesado por el monte, la tierra colorada y una vibrante diversidad cultural y natural. En ese entorno comencé a percibir el valor de lo simple y lo profundo.
Crecer rodeada de una naturaleza tan exuberante fue una experiencia formativa que aún me acompaña en el camino: sigue siendo mi refugio interior y un sostén para mi vida.
La sensibilidad por lo humano y la naturaleza comenzó a abrirse paso y a tomar forma en mi formación en humanidades. Realicé una licenciatura en Trabajo Social y estudios de posgrado en niñez, adolescencia, derechos humanos y políticas públicas.
Participé en equipos de investigación sobre género y la situación de la infancia en la región, y me desempeñé en la redacción de materiales didácticos para distintos programas sociales enfocados en la niñez. También coordiné talleres sobre protección integral de los derechos de niños, niñas y adolescentes.
Fui becaria en un programa nacional de formación en salud social y comunitaria, orientado a las poblaciones originarias. Esta experiencia fue un punto de inflexión en mi recorrido profesional.
Con el tiempo, una profunda insatisfacción vinculada a los entornos institucionales en Argentina me llevó a hacer un alto y comenzar a explorar otros caminos.
Viví algunos años fuera de Argentina, y conocer otras realidades socioculturales fue para mí una experiencia sorprendente y enriquecedora. Me atrae el arte en sus múltiples formas, y en especial incursioné en la fotografía documental de la naturaleza y su cuidado.
Durante ese tiempo también participé en retiros y viajes de meditación, y ya de regreso en el país, realicé un instructorado en yoga integral.
Volver no fue sencillo. Acababa de finalizar un retiro profundo y me sentía muy movilizada. Retomar mis actividades habituales implicaba numerosos obstáculos, tanto internos como externos. Vivía miedos abrumantes.
Durante un tiempo realicé actividades relacionadas con la fotografía y colaboré como voluntaria en grupos de teatro con enfoque en cuestiones de género y en la visibilización de problemáticas ambientales y socioculturales. Fueron experiencias hondamente enriquecedoras.
En ese tiempo, mientras realizaba diversas actividades en mi entorno, continuaba con las prácticas de meditación y recurría a herramientas que me ayudaban a gestionar mis emociones. Al mismo tiempo, escuchaba a otras personas compartir sus propias dificultades para lidiar con ellas y una inquietud por ayudar a los niños.
Una de las tareas que solía desempeñar en mis trabajos anteriores era organizar y presentar información compleja de forma clara y comprensible. En un momento, me detuve a escucharme con sinceridad y decidí hacer lo que sentía, retomar la escritura.
De pronto me encontré investigando y sumergida en una actividad que me apasiona. Involucraba no solo al intelecto, sino también a las emociones, al cuerpo y al aspecto espiritual. Así comenzó un nuevo proceso transformador, acompañado por mis prácticas de meditación y movimiento.
Me propuse entonces compartir recursos comprensibles, accesibles y efectivos para gestionar las emociones. Así fue tomando forma mi primer libro, Un nuevo vínculo con las emociones, una obra que aborda la temática desde una mirada sociocultural y desde mi propia experiencia, destacando la relevancia de las prácticas introspectivas en este camino.
Para mi sorpresa, el libro fue elegido para representar a Misiones en la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en el año 2019. En ese contexto, al escuchar mi presentación, una autora de cuentos para niños me propuso trabajar juntas en la creación de historias que ayudaran a niñas y niños a gestionar sus emociones.
Si bien ella no tenía formación específica en el tema, sí contaba con amplia experiencia en escritura creativa para la infancia. Acepté la propuesta, y en plena pandemia comenzó un viaje de escritura lleno de aprendizaje y disfrute. De esa colaboración surgió Cuentos para aprender a ser amigos de las emociones.
Muchos de los relatos, especialmente los vinculados al enojo, nacieron a partir de las experiencias compartidas por niños y niñas durante talleres, encuentros y ferias del libro locales, a los que muchas veces llegaba luego de horas de viaje en colectivo.
Observar, en talleres y prácticas introspectivas, a personas adultas, jóvenes, niños, niñas y adolescentes conectarse consigo mismos, sentirse, encontrarse en su interior, es profundamente emotivo y conmovedor. Acompañar esos momentos me enriquece e inspira.
Me mueve transitar y compartir espacios donde podamos explorar un sentido más profundo de la vida, cultivar la conciencia desde nosotros mismos y vivir desde nuestros potenciales.
En lo personal, continúo integrando y desarrollando las habilidades socioemocionales en lo cotidiano. Me apoyo en los amplios beneficios de las prácticas introspectivas —en especial, la meditación individual y grupal— que me acompañan en este camino.
Me siento comprometida con cultivar la conciencia en mí misma, y valoro cada paso que me acerca a ser quien soy, de manera más auténtica.
Siento que uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo es fomentar la conciencia en los distintos ámbitos en los que nos desenvolvemos: nuestros vínculos, familias, espacios laborales, instituciones. “Normalizar” lo humano, lo ético, construir entornos coherentes y no enajenantes, que sostengan la diversidad y la conciencia, es posible y debería ser lo esperable.
Es probable que, cuanto más asumamos la responsabilidad de conocernos, de atender y desarrollar nuestro ser más profundo, más estaremos contribuyendo a una red de transformación, bienestar, creatividad e innovación, desde una base y un sentido más elevados: la conciencia en nosotros.