La conciencia y el buen vivir

La conciencia y el buen vivir

Las acciones conscientes en nuestro vivir cotidiano, desde mi comprensión, tienen un marcado paralelismo con el  “buen vivir”, que es también un enfoque que recupera los saberes ancestrales de nuestra comunidad y es aplicable, a partir de la toma de conciencia y la valoración de la diversidad de potenciales y recursos que disponemos.

La experiencia nos muestra que sólo con las ideas no se transforma la realidad, las concepciones superadoras son fabulosas en el sentido que nos indican posibilidades, por más desafiantes que sean nuestras circunstancias. Sin embargo, es esperable que entren en juego diversos factores cuando afrontamos situaciones de cambio, como nuestras experiencias de vida y las creencias arraigadas individuales y colectivas que son parte de nuestras representaciones sociales.

Esto nos lleva a ser conscientes de que es probable que se requiera de un proceso, para hacer emerger los potenciales existentes (en nosotros y en nuestro entorno), proceso que se presenta muchas veces incierto, otras veces abrumador, con obstáculos a trascender.  Sin embargo, con la posibilidad de que emerjan tesoros ocultos, si nos disponemos a la apertura de nuevos insigths y nuevos saberes en sintonía con el cuerpo, las emociones y nuestra sabiduría interna.

La buena noticia con relación a las “representaciones sociales”, es que presentan un núcleo permeable que puede transformarse a partir de nuevas informaciones y la disposición a llevar a la práctica acciones constructivas y conscientes en el tiempo.

Muchas veces no prestamos atención a la coherencia que requiere nuestro vivir en sintonía con nosotros mismos, por diversos factores, como los tiempos apremiantes con miras a los resultados y el modo “hacer” que impulsa nuestra sociedad, nos vemos atrapados en actividades y mas actividades. Espacios para parar, para escucharnos y para la reflexión, quedan relegados. Y el resultado es que muchos de nuestros avances son superficiales o no se sostienen en el tiempo. Y a su vez, se profundiza de manera incluso imperceptible, la nada nueva escisión entre el discurso y la práctica, imperante en nuestra cultura.

Algo que la experiencia me dice es que trascender las circunstancias difíciles o desafiantes, no depende solamente de las concepciones ni siquiera de las ideas novedosas que tengamos, sino fundamentalmente del desarrollo de la conciencia y la responsabilidad. Esto resulta esencial. El proceso requiere honestidad y que estemos dispuestos a acoger nuestras experiencias, en particular las que no nos gustan, desde un lugar amable, de aceptación, sin tratar de cambiarnos desde la autoexgiencia y la violencia con nosotros mismos, en primer lugar. Esto parece sencillo si no fuera por los aprendizajes socioculturales arraigados que hemos incorporado, sin embargo, es lo que posibilita el buen vivir, las transformaciones sustanciales, dinámicas, flexibles, respetuosas de nosotros mismos y de nuestro entorno.

Estamos dispuestos a ensayar opciones, a considerar miradas diferentes y a movilizar los diferentes recursos internos y externos existentes, individuales y sociales. Nos valemos en este proceso de las fortalezas de nuestro interior y de nuestra sabiduría profunda y ancestral. Si bien en primer instancia precisamos mirar de frente los problemas, los obstáculos y los desafíos existentes (en nosotros, en nuestra comunidad, sociedad, etc.) nuestra atención está en detectar las fortalezas, las posibilidades y promoverlas.  Ir poniendo en práctica alternativas, buscar ayuda cuando no sabemos, animarnos a hacer cosas diferentes, estar dispuestos a equivocarnos y aprender, nos quita un gran peso y nos permite disfrutar el proceso.

Vivimos en una sociedad en que la “calidad de vida” es sinónimo de la posesión de los recursos materiales, sin embargo, ésta se da a través del consumismo, del extractivismo, a costa de la apropiación de los recursos de la naturaleza, etc.. Desde el “buen vivir” se procura la realización de todos los seres, en sus diversos aspectos, un bienestar general.

La concepción del “buen vivir” surge de nuestras comunidades ancestrales de Latinoamérica. En Guarani para referirse a la misma se utiliza la palabra ñande reko que significa “vida armoniosa” “el modo de vida Guarani”.

Los inmigrantes cuando arribaron a estas tierras se valían de lo que se llama el ayutorio, como forma de intercambio y cooperación, la producción de alimentos saludables, hoy desvirtuada por el uso de agrotóxicos, entre otros aspectos.

Hoy es probable que nos encontremos enajenados de los saberes y las prácticas del “buen vivir”.

El “buen vivir” más que un concepto es una práctica, pasa a tener valor el ser humano en su integralidad, cobra relevancia la reciprocidad, las emociones, el autocuidado, lo espiritual, la noción de comunidad se amplía, las personas viven desde un sentido de conexión con la naturaleza. En la actualidad esto se vincula, por ejemplo, a una economía y desarrollo local sustentable, agroecológico. Nos referimos a una ética de convivir con lo que nos rodea, con apertura a la inclusión, la diversidad de saberes, la tecnología al servicio del desarrollo humano.

Es probable que tengamos que reflexionar sobre múltiples factores, las representaciones sociales predominantes, considero que implican un desafío, algo que puede transformarse, no son un límite. La pregunta es si estamos dispuestos a experimentar con diversas miradas, introducir opciones creativas, y tener como aspiración y determinación el desarrollo de la conciencia y el buen vivir.

Esto conlleva un proceso con resultados bien tangibles, disminución del estrés y de los indicadores de depresión, aumento del bienestar individual y social, prácticas regenerativas y sustentables, alimentación saludable, disminución de enfermedades prevalentes, etc.; de manera que van perdiendo fuerza los parámetros de destrucción, apropiación y exclusión que predominan en nuestras comunidades. 

Considero que el enfoque del buen vivir se condice, fortalece y alienta los postulados de la protección integral de los derechos humanos, y se sustenta en un saber profundo, la conciencia misma.

A partir de lo compartido pretendo mostrar en forma sucinta un acercamiento a la confluencia de la conciencia y el “buen vivir” un aporte de nuestras culturas indígenas, bastante subestimadas en nuestra cultura. Considero que la conciencia no es abstracta y se vincula a “todo lo que está bien” en nuestra sociedad, sin embargo, el desafío es trascender aprendizajes socioculturales arraigados . Me parece interesante que podamos mirar y recuperar algunos saberes ancestrales, antiquísimos, que hoy tienen plena vigencia. Y poner la atención en fortalecer esos potenciales.

Norma Beatriz Do Amaral

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Con respecto a las concepciones que se comparten para profundizar en las mismas se puede consultar:

Castiñeira, Sebastian. (2017). Don y reciprocidad. De Bartolomé Meliá a la filosofía contemporánea. Ed. Sb

Mora, Martín (2002). La teoría de las representaciones sociales de Serge Moscovici. Athenea digital, Mexico.

Naranjo, Claudio. (2010). Mente Patriarcal. España: Del Nuevo Extremo

Maturana, Humberto. (1994). El sentido de lo humano. Chile: Hachette

Svampa, Maristella y Viale, Enrique. (2014). Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo. Ed. Katz

Convención sobre los derechos del niño. Ley 23849 (1994). Unicef, Argentina.

 

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