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¿Y si habitamos la vida de otra manera?

¿Y si habitamos la vida de otra manera?

En tiempos donde el ritmo acelerado y la productividad parecen marcar el pulso de nuestras vidas, detenernos a reflexionar sobre cómo habitamos el mundo se vuelve un acto valiente y de conciencia.

Las acciones conscientes en la vida cotidiana no sólo nos conectan con nosotros mismos, sino que también pueden abrir la puerta a una forma de vida más plena, coherente y en armonía: el buen vivir.

¿Qué entendemos por “buen vivir”?

El buen vivir es una concepción profunda que surge de las comunidades ancestrales de América Latina. En guaraní, se nombra como ñande reko, que puede traducirse como “vida armoniosa” o “modo de vida guaraní”.

Más que una idea, es una práctica basada en el respeto por la vida en todas sus formas, la reciprocidad, el cuidado mutuo, la conexión con la naturaleza, y el desarrollo humano desde la comunidad.

Este enfoque contrasta fuertemente con los modelos de vida dominados por el consumo y el extractivismo, donde la calidad de vida se mide por la acumulación material. El buen vivir propone una realización integral: la de todos los seres, en equilibrio con el entorno.

Conciencia y transformación

La experiencia nos enseña que las ideas, por más valiosas que sean, no cambian por sí solas la realidad. Las verdaderas transformaciones se dan cuando somos capaces de desarrollar conciencia y asumir responsabilidad.

Sin embargo, esto requiere un proceso. Y como todo proceso, no es lineal: puede haber incertidumbre, cansancio o incluso resistencia interna. Muchas veces cargamos con creencias arraigadas, experiencias que nos condicionan, y representaciones sociales que nos limitan.

La buena noticia es que estas representaciones no son inamovibles. Son permeables. Pueden transformarse cuando nos abrimos a nuevas percepciones, que transforman nuestras experiencias en acciones conscientes. 

Implica una nueva ética en la convivencia desde nosotros mismos, donde priman cualidades como el cuidado, la conexión, la inclusión, hay espacio para la diversidad, y la tecnología es vista como una herramienta al servicio del desarrollo humano.

Hacer lugar a lo que importa

Vivimos atrapados en la lógica del hacer constante, de los resultados rápidos, y eso deja poco espacio para escucharnos, detenernos o habitar el presente. Como consecuencia, muchos avances son superficiales, no perduran, y se profundiza —a veces sin darnos cuenta— la distancia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Crear coherencia interna es clave. Para eso, necesitamos espacios para reflexionar, mirar nuestras emociones, y tratarnos con amabilidad, incluso (y sobre todo) cuando algo no nos gusta de nosotros mismos.

No se trata de forzarnos al cambio, sino de acompañarnos desde la honestidad y la aceptación, sin violencia, sin autoexigencia.

Redescubrir saberes, fortalecer potenciales

Tenemos recursos internos valiosos, y también una sabiduría ancestral a la que podemos volver. Saberes como el ayutorio —una forma de ayuda mutua entre los inmigrantes que poblaron estas tierras— y prácticas agroecológicas que hoy cobran nueva relevancia, son ejemplo de esto.

El buen vivir nos invita a reconectar con aquello que hace bien: relaciones basadas en la confianza, una alimentación saludable, formas de producción respetuosas del ambiente, una economía local sostenible, y, sobre todo, una vida con sentido.

¿Estamos dispuestos a mirar diferente?

La clave está en abrirnos a nuevas miradas, a ensayar alternativas, a activar nuestros recursos personales y colectivos. A detectar fortalezas, a probar sin miedo al error, a pedir ayuda cuando no sabemos.

Ese camino —lejos de ser perfecto— nos permite disfrutar más del proceso, y construir bienestar genuino.

Los resultados son tangibles: disminuye el estrés, mejora la salud emocional, florecen prácticas más regenerativas, se fortalece el lazo en la comunidad, y poco a poco se debilitan las lógicas de exclusión, apropiación y destrucción.

Una invitación a recuperar lo esencial

El enfoque del buen vivir dialoga con los principios de los derechos humanos, y se sustenta en algo tan esencial como poderoso: la conciencia.

No es una abstracción, es algo profundamente ligado a nuestra existencia. Y aunque muchas veces nuestros aprendizajes culturales nos alejen de ella, siempre podemos volver.

Quizás el desafío sea justamente ese: animarnos a mirar con otros ojos, recuperar saberes antiguos con plena vigencia, y fortalecer los potenciales que ya habitan en nosotros y en nuestras comunidades.

¿Te gustaría compartir este enfoque con otras personas o comunidades? ¿Has vivido alguna experiencia cercana al “buen vivir”? Me encantaría conocerla.

Norma Beatriz Do Amaral 

En tiempos donde el ritmo acelerado y la productividad parecen marcar el pulso de nuestras vidas, detenernos a reflexionar sobre cómo habitamos el mundo se vuelve un acto valiente y de conciencia.

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